Desde niño siempre me gustó sentarme en las rocas del espigón
del puerto de La Coruña, allí nos reuníamos en numerosas ocasiones la pandilla
de siempre, y, algunas veces , nos bañábamos al anochecer. Era bonito,
nos gustaba, claro que hablo de cuando teníamos 13 o 14 años. En otras
ocasiones, nos sentábamos en la costa “mirando al mar” como la canción para
pensar, y pensábamos largo tiempo, cada uno lo hacía en relación al tema que le
gustaba. A mí por ejemplo me encantaba mirar al horizonte e imaginarme lo que había
al otro lado que no conocía, pero sabía
que estaba allí, aunque muy lejos. Siempre tuve una imaginación muy activa, muy
fantástica, bueno, seguramente como otros muchos niños.
Mirando al Océano Atlántico me preguntaba a qué distancia
quedaría Nueva York, entonces cerraba
los ojos y me imaginaba navegando en un gran barco noche tras noche y día tras
día; la duración del viaje duraría entre 12 y quince días, y, por supuesto,
calculaba bastante aproximado. Me imaginaba llegando a América (como llenaba la
boca al pronunciar ese continente). Al amanecer con el cielo despejado, Nueva York me daba la bienvenida enseñándome
sus rascacielos, su inmensidad. Me preguntaba que hacía yo en esa Ciudad tan
enorme. Seguramente sería porque mi abuelo materno estuvo 12 años buscándose la
vida en esa vasta ciudad.
Otras veces sentado en el campo pensaba a que distancia estaría la ciudad de París, escuchaba hablar mucho de
ella en mi casa, a mis padres concretamente, pues una tía mía también
había emigrado para trabajar y
tratar de ganarse la vida mejor. Su medio de transporte había sido el tren,
por lo tanto, yo me imaginaba el
recorrido estación por estación hasta llegar a la voluminosa ciudad.
Al cumplir 18 años mi tía me invitó a pasar un mes en su casa. Bueno....me pareció que la
vida y la suerte me empezaban a premiar por haber imaginado y pensado tanto.
¡¡¡Como me lo pasé!!!
El viaje lo hice en tren con mucha ilusión, pero eso sí, había resultado demasiado agotador, si pensamos en los trenes de la década de los
sesenta.....
Que bien me movía yo solito por París, andando o en el metro,
que por cierto era estupendo y se entendía muy bien, y como podéis imaginar, en
un mes de estancia, la cantidad de cosas
que se pueden ver. Disfruté de lo lindo. Después de unos años volví varias
veces más.
La suerte me volvió a dar una palmadita en la espalda al poder asistir con un grupo de danzas
folclóricas en 1970 a Nueva York, para formar parte de la comitiva del desfile de la Quinta Avenida, con motivo del día de la Hispanidad el 12 de
Octubre. Todavía se sigue celebrando, por supuesto. Mi estancia, o mejor dicho,
nuestra estancia fue de una semana completita, por lo que nos dio tiempo a dar
unos buenos paseítos por esa maravillosa ciudad, recuerdo que todavía estaban
en construcción las Torres Gemelas. En fin, A veces nuestros pensamientos e
imaginaciones que tuvimos de niños se pueden hacer en parte realidad, pero debo
reconocer que no siempre es así.
Hasta pronto.